Durante la dictadura franquista la
práctica de la tortura se llevó a extremos jamás vistos. Fue una práctica tan
generalizada que algunos historiadores han calificado este periodo como un «estado
general de tortura», posible gracias al clima de impunidad existente y a la
demonización y deshumanización a las que fueron sometidos implacablemente los
vencidos. El uso sistemático de la tortura encontró amparo en leyes como la de 8
de marzo de 1941, por la que se reorganizaban los servicios de Policía. Una ley
que pretendía corregir los «defectos de la vieja organización liberal y democrática»,
exigiendo a los Organismos encargados de la defensa del Estado «una mayor eficacia
y amplitud, así como aquellas modalidades que impone la necesidad de una
vigilancia rigurosa y tensa de todos sus enemigos». Esta nueva Policía tenía
como objetivo llevar a cabo una «vigilancia permanente y total», cuyo referente
lo encontraba «en los Estados totalitarios» pues aplicaban «una acertada
combinación de técnica perfecta y de lealtad».
La impunidad de las fuerzas
represivas era tal que no tenían ningún tipo de miramiento a la hora de pasar
por la picana a cualquier supuesto sospechoso. En este artículo contamos lo
acontecido a una de estas personas, Francisco Quintanilla Quintanilla, guarda
rural jurado de Casa de Belmontejo, del término de Los Pedrones (Requena). Torturado
por el cabo 1.º del cuartel de Cofrentes, Antonio Morado Rico, tuvo que
confesar, para que dejaran de torturarle, que había tenido contacto con los
guerrilleros de la AGLA, a pesar de que no era verdad. Posteriormente, fue
empujado al vacío por un precipicio y quedó muy maltrecho.
Hombres como
el cabo 1.º Antonio Morado Rico fueron necesarios en la Dictadura franquista,
no solo en su estrategia de eliminación de la oposición armada ―la guerrilla
antifranquista― o cualquier tipo de oposición política, sino también para
suministrar a la población la dosis de terror imprescindible a fin de
mantenerla sumisa y dócil y así poder conservar un poder que se había
conseguido de manera ilegítima mediante un fracasado golpe de Estado que derivó
en guerra de exterminio.
"La confesión del Torturador. Guardas rurales, guardias civiles y guerrilleros antifranquistas en los montes valencianos", Oleana. Cuadernos de Cultura Comarcal, Centro de Estudios Requenenses, n.º 39, 2023, pp. 141-166.
Los años imposibles. Memoria
inacabada de Juan Piqueras
Autor: Enrique Fibla Gutiérrez
Editorial: Barlin Libros
Año: 2021
El crítico cinematográfico Juan
Piqueras Martínez, nacido en Campo Arcís (Requena) en 1904, tuvo gran relevancia, incluso
a nivel internacional, durante los años de la Segunda República. Una carrera
que se truncó al ser asesinado por los sublevados fascistas en Venta de Baños a
finales de julio de 1936. El interés de Enrique Fibla Gutiérrez (València,
1987), por la figura de Juan Piqueras Martínez surgió cuando estaba preparando
una tesis doctoral en Canadá sobre la crítica cinematográfica durante la
Segunda República. En 2015 recibió un correo electrónico de su directora de
tesis, Masha Salazkina, con un artículo traducido al inglés para un libro
académico de la revista Nuestro Cinema (1932-1935), fundada por Juan
Piqueras. Enrique Fibla se dio cuenta entonces que Juan Piqueras, tan
importante en su época a nivel internacional, era prácticamente desconocido en
su país.
Su interés fue creciendo y poco
después publicó un artículo académico sobre el crítico cinematográfico junto al
investigador Pablo La Parra Pérez. En 2017 se topó en el blog del historiador
Aitor Hernández Eguíluz con una nota de un biznieto de Juan Piqueras, quien,
nacido en Venezuela, había fijado residencia en València. Enrique contactó con
él y la familia le facilitó los materiales con los que pudo completar su tesis
en 2018 y doctorarse en Filosofía de la Imagen por la Concordia University de Montreal.
Entre los materiales que la familia Piqueras le había proporcionado figuraban
las memorias inéditas de la esposa de Juan Piqueras, Catalina “Ketty” González
Domínguez, que había titulado ¿Porqué?... o los años imposibles!! Eran
520 páginas en las que Ketty cuenta su vida durante los años que van de 1936 a
1945 y que Enrique Fibla había dejado fuera de su tesis por falta de tiempo. Había
explicado en su estudio la importancia de Juan Piqueras en la cultura cinematográfica
de la época, pero no había contado nada de cómo los acontecimientos que
sobrevinieron a la sublevación fascista del 18 de julio de 1936 habían truncado
el futuro de una generación.
Enrique Fibla tomará prestado
parte del título de las memorias de Ketty González, Los años imposibles,
y completará su relato desde el punto en el que lo había dejado en su tesis. Experto
en la imbricación entre cultura visual, archivo y discurso político, Enrique
Fibla hará de su relato un alegato reivindicativo del papel de la memoria para
construir sociedades tolerantes y progresistas, pues las sociedades
democráticas, libres y solidarias son incompatibles con interpretaciones
falseadas del pasado.